En los últimos meses, he escuchado con sorprendente frecuencia testimonios que comparten una misma raíz: el descontento sostenido en el entorno laboral. Profesionales con trayectorias de más de 20 años en una misma organización deciden, de un día para otro, solicitar una excedencia o una baja voluntaria, aun sabiendo que lo que les espera son contratos temporales de pocas semanas o incluso el desempleo. Lo que sorprende no es la decisión en sí, sino el motivo: no aguantan más.
Hablamos de personas que han perdido la conexión con los valores de su empresa, que ya no se sienten escuchadas ni reconocidas, y que perciben un liderazgo distante, incluso tóxico, especialmente por parte de los mandos intermedios. La consecuencia inmediata no es solo la fuga de talento, sino también una elevada tasa de absentismo por causas médicas relacionadas, en muchos casos, con el malestar emocional y la fatiga crónica.
Según el último informe de absentismo laboral en España publicado por Randstad Research, en el primer trimestre de 2025 el absentismo laboral en España alcanzó el 7% del total de las horas pactadas. Y, según el INE, los trastornos de salud mental y musculoesqueléticos, estrechamente vinculados al estrés y al entorno psicosocial, se encuentran entre los principales motivos de bajas médicas. Esto representa no solo un coste económico para las empresas, sino una alerta sobre la salud organizacional.
En muchas ocasiones, se busca culpabilizar al empleado por su falta de “resiliencia” o “compromiso”, sin preguntarnos qué tipo de clima laboral estamos construyendo. ¿Estamos formando a nuestros líderes para gestionar equipos desde la empatía y la escucha activa? ¿Tenemos sistemas reales de detección de malestar interno? ¿Fomentamos culturas organizacionales coherentes, transparentes y alineadas con un propósito compartido?
La buena noticia es que todavía hay margen de mejora. Las empresas que empiezan a hacer una lectura honesta de su realidad interna y se comprometen con políticas de bienestar integrales, no solo logran fidelizar al talento, sino que se convierten en referentes de cultura saludable. El bienestar no se improvisa: se diseña, se gestiona y se evalúa con la misma rigurosidad que cualquier otra estrategia de negocio.
Invito a quienes lideran equipos o gestionan el área de personas a dejar de mirar únicamente los indicadores de productividad y empezar a preguntar: ¿cómo se sienten realmente las personas que trabajan aquí? ¿Qué podríamos hacer de forma diferente para que deseen quedarse, no porque no tengan otra opción, sino porque creen en lo que hacen y en la empresa para la que lo hacen?
Porque cuando el talento se desconecta emocionalmente, ni la antigüedad, ni el salario, ni la estabilidad son suficientes para mantenerlo. Y cuando el compromiso nace del bienestar auténtico, entonces sí, tenemos una organización preparada para crecer de forma sostenible.
Y en tu caso, ¿qué está haciendo tu empresa hoy para que el Talento no quiera marcharse mañana?
